Húsavík, Myvatn, Reikjalid, Krafla, Dettifoss... 14 de agosto de 2009
Nos levantamos muy temprano después de una noche muy fria. Hoy era el día de ver ballenas. Miguel desayunó, pero yo no lo hice para evitar vomitar en el barco. Recogimos la tienda y a las 8:00 ya estábamos camino del puerto. Compramos las entradas para el primer barco que salía a las 8:45 con los Gentle Giants, una de las dos empresas que se dedican al avistamiento de ballenas. La diferencia de precio es mínima pero nosotros teníamos con estos una tarjeta de descuento del 6% que habíamos cogido en el hotel de Reikjavik.
El primer barco libre para avistar ballenas estaba lleno, así que nos ofrecieron por el mismo precio, 44 euros por persona, tres horas de "pesca + ballenas", una hora y media para pescar y otra hora y media para ver los cetáceos. A Miguel le hacía ilusión pescar y nos quedamos con esta opción. Me tomé la biodramina para el mareo y abordamos junto con unas 20 personas más. Para ver ballenas hay que tener un poco de suerte, pues estuvimos una hora navegando y buscando y no encontramos nada mas que frailecillos y gaviotas pescando, ya que el barco no sale de la bahía.
La guía nos iba explicando en inglés sobre los tipos de ballenas que podíamos encontrar en la bahía y si ella o nosotros veía alguna tenía que avisar gritando WHALE. En la última media hora conseguimos perseguir una ballena, quizás un rorcual, y ver la aleta dorsal emerger varias veces a lo lejos, pero podía haber sido un delfín porque no le vimos la cara, jajaja.
Para mi fue un timo la excursión, y me alegré de haber escogido la opción de pesca que fue muy divertida. La otra hora y media la dedicamos a pescar, sólo habían siete cañas en el barco y demasiadas personas, pero en Islandia necesitas cinco minutos para sacar un pez, por lo que todos pudimos pescar varias veces. Mientras pescábamos, la guía nos ofreció chocolate caliente con croisant que fue perfecto para el frio y para mi ayuno, jaja. Miguel consiguió sacar dos peces, pero uno era muy pequeño y lo devolvimos al mar, luego intentó sacar uno gigante y se le escapó y yo conseguí pescar uno muy grande por primera vez en mi vida. En el camino de vuelta al puerto, el patrón del barco fue limpiando todo el pescado y al bajarnos nos dió el pescado limpio que quisiéramos. Había la opción, en un restaurant del puerto, de que te cocinaran el pescado, pero decidimos llevarnoslo y cocinarlo en el camping.
Nos fuimos al supermercado KASKO a comprar limones para cocinar el pescado y pasamos por la iglesia de Husavik (Húsavíkurkirkja) un edificio de madera importada de Noruega en el año 1907.
Lo más interesante es la pintura del altar mayor que recrea la resurrección de Cristo, pero los personajes que aparecen son habitantes de la ciudad que sirvieron de modelo al pintor. Muy cerca de la iglesia está el museo de los falos (Faloteca), que antes estaba en Reikjavik. El dueño es un islandés que vivió muchos años en España y habla muy bien español, así que la guía del museo estaba en nuestro idioma también. El museo es pequeñísimo y expone los penes de muchos anímales, pero los más interesantes son los de las ballenas, que son gigantes por supuesto. En media hora se ve todo y la entrada cuesta 600 kr por persona.
Salimos de Húsavík en dirección al lago Myvatn y llegamos a Reikjalid para contratar una excursión hacia el interior de Islandia, a la zona de Askja. Reikjalid es una ciudad muy pequeña sin atractivos turísticos pero punto de salida de excursiones hacia el lago Myvatn, Krafla o Askja. En el centro de información preguntamos sobre las excursiones y reservamos el viaje a Askja para el día siguiente por 78 euros cada uno. Acampamos en el camping Byar por 1100 kr la noche por persona y pagamos dos noches. Nos ubicamos a la orilla del lago casi al final del camping, pero cerca de las duchas. Cocinamos nuestro pescado frito que nos supo a gloria después de tantos días de dieta a base de sopas y tallarines. Decidimos recorrer la carretera que bordea el lago Myvatn, pasando por Skútustadir, otra pequeña población del área y ver los pseudocráteres. Nos desviamos hacia Krafla e hicimos nuestra primera parada en Námafjall para ver las pozas de barro hirviente y las fumarolas. La separación oceánica de las placas tectónicas europea y americana pasa justo por debajo de esta área lo que ha ocasionado grietas y fisuras que desprenden sulfuros y azufre y que le dan a la tierra un colorido entre naranjas y amarillos.
Seguimos hasta Krafla, la mayor región volcánica de la isla, pasando por la planta de energía geotermal de Kröflusöd construida en 1973 para aprovechar las cualidades energéticas de la zona. Esta planta ha sido un éxito del gobierno, ya que desde el inicio de su construcción ha sobrevivido a varias erupciones sin haber sido destruida por la lava. La planta no admite visitas así que continuamos por la carretera hasta el parking, para luego recorrer a pie los distintos cráteres de las explosiones de 1975 y 1984. El cráter más grande es el Leirhnjúkur que apareció alrededor de 1727 y es una poza repleta de sulfuros. El camino está señalizado, pero no significa que sea seguro, dada la inestabilidad del subsuelo. El terreno está formado por lava humeante de la erupción de 1984 y en algunos sitios ha aflorado un musgo verde. Hay señales que alertan sobre el peligro de riachuelos que pueden alcanzar los 100 ºC y si la tierra es de un tono muy claro o amarillento es mejor no pisarla pues no tiene consistencia para aguantarnos. La última visita del área la hicimos al crater Viti (Infierno) que surgió justo antes de las erupciones de 1727 y por esa razón fue bautizado de esta manera. En el interior hay un gran lago no apto para el baño y que muchos confunden con el crater Viti de la zona de Askja.
Ya cerca de las 8 de la tarde abandonamos Krafla para acercarnos a la cascada de Dettifoss. El camino era bastante malo y nos costó llegar casi una hora. La catarata es una de las más altas de Islandia con un salto de 44 metros que precipita unos 500 metros cúbicos de agua no cristalina. Cuando llegamos ya no había sol y no pudimos apreciar los arcoiris que se forman en la caida, pero igualmente impresiona la cantidad de agua y el ruido que provoca. Optamos por no visitar la cercana cascada de Hafragilsfos porque estábamos bastante lejos del camping. Llegamos cerca de las 12 de la noche y apenas encontrábamos nuestra tienda ni sitio para dejar el coche, pues el camping estaba a reventar. Cenamos y a dormir.
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