Patrekfjordur, Látrabjarg, Talknafjordur, Bildudalur, Hrafnseyri, Dynjandi, Pingeyri, Isafjordur... 11 de agosto de 2009

Despertamos con la misma niebla del día anterior que apenas se podía ver el litoral de la ciudad. En la guía decía que Patreksfjordur era una ciudad preciosa con playas de arena blanca, pero nosotros no pudimos disfrutar de esta imagen. Desayunamos, recogimos la tienda, pusimos gasolina y lavamos un poco el coche para dirigirnos a la península de Látrabjarg, que es el punto más al oeste de Islandia y de Europa y el lugar ideal para ver los frailecillos en los acantilados más verticales del país. Paramos en una playa entre los fiordos donde, desde el año 1981, está varado el barco de metal más viejo que se conserva en Islandia y que fue construido en Noruega en 1912.

Miguel aprovechó para fumar su pipa y yo para hacer fotos a los patos. Pasamos rápidamente por Breidavik, una playa de arenas blancas donde volvimos a encontrar ovejas y seguimos bordeando los fiordos hasta el faro de Latrabjarg. En un punto de este recorrido el cuentakilómetros marcó nuestros primeros 1000 km desde que salimos de Reykjavik. Aparcamos en el faro y comenzamos a caminar por los acantilados buscando los frailecillos. Lo primero que encontramos fueron gaviotas anidando, pero nada de frailecillos. Anduvimos una media hora más y encontramos la primera pareja de frailecillos, pero para verlos había que arrastrarse hacia el borde del fiordo y aún así estaban bastante lejos, pero ya esto nos hizo felices. Estuvimos caminando una hora más entre la niebla y el frío sin encontrar ningún otro frailecillo y decidimos volver al faro. Habíamos leido que en este sitio se podían casi tocar los pájaros y hasta ahora estábamos decepcionados. Cerca de la una de la tarde, a poca distancia del faro donde teniamos el coche, vimos a unos chicos haciendo fotos y finalmente pudimos ver muy de cerca al famoso frailecillo, pero no sólo uno sino varios que se acercaban volando al acantilado, parece que antes estaban pescando y ahora todos volvían al nido :). Estuvimos un buen rato haciendo fotos y un vídeo de uno de los pájaros que se quedó muy cerca nuestro. A la vuelta Miguel decidió que quería meter los pies en la playa de Breidavik, pero corroboró que estaba helada, a 2º como dicen los libros y desistió de su intento.

Continuamos hacia Hnjótur para ver el museo marítimo Egils Olafssonar, lleno de cacharros del mar, un avión ruso de Aeroflot y otro norteamericano, patas de palo y cosillas varias como todos los museos de esos pueblos perdidos. Pasamos por Talknafjordur, un pueblo sin mayor importancia, hasta llegar a Bíldudalur donde decidimos probar la auténtica comida islandesa en el único restaurante del lugar: Vegamót Restaurant. Yo me pedí una sopa de mariscos y el pescado del día, Miguel tomó otra sopa y cordero, todo estaba bueniiiisimo y nos costó 7040 kr, unos 39 € al cambio. Mientras comíamos iban defilando por allí casi todas las personas del pueblo, pues al fondo había una pequeña tienda de comestibles, chucherías y helados, y parece que era el punto de reunión y diversión de sus habitantes. Como hacía buen tiempo, tomamos el café en la terraza y Miguel encendió su pipa.
Seguimos viaje rumbo a Pingeyri con intenciones de acampar. Teníamos unos cuantos kilómetros de montaña por delante y ningún pueblo en el camino. Paramos en Dynjandi, un lugar precioso con vistas al fiordo. En la guía azul no decían nada de este sitio formado por cinco cascadas, la más grande en forma de cola de caballo, que al final del viaje siguió siendo nuestra preferida. Justo en la base de la montaña hay un camping, pero decidimos seguir viaje y adelantar camino aprovechando la luz. Llegamos a Pingeyri, pero no ofrecía ningún atractivo y continuamos hasta Isafjordur. Otra vez recorrimos carreteras de montaña entre la niebla y finalmente pasamos un túnel bajo el fiordo que nos llevó hasta la ciudad. Acampamos en un camping bastante concurrido y muy bien equipado que también nos salió gratis.