Akranes, Bogarnes, Budir, Olafsvik... 9 de agosto de 2008


Tomamos nuestro primer desayuno campestre muy temprano y recogimos la tienda para dirigirnos a la recepción a pagar la noche de camping, pero infructuosamente buscó Miguel al responsable y no apareció, algo común en Islandia si llegas a acampar despues de las 21:00 y te marchas antes de las 9:00 del siguiente día.

Empezamos el día con nubes pero sin lluvia, poniendo rumbo al oeste, a la península de Akranes, para visitar la ciudad del mismo nombre. En el camino entre Pingvellir y Akranes no hay ciudades, pero en la carretera es común ver carteles que identifican pequeñas granjas con su iglesia.

Las ovejas y caballos islandeses abundan tanto como las grandes balas de forraje, que al ser un país húmedo y lluvioso, van envueltas en plástico generalmente blanco. Nos llamó la atención un campo lleno de estas balas con dibujos my graciosos que animaban el paisaje y se merecían una foto.

Akranes está ubicada entre los fiordos de Hvalfjordür y Borgarfjordur y hay dos posibilidades de llegar por carretera: bordeando los fiordos por la carretera 47 o cruzando un túnel de 7km por debajo del mar.


Nosotros escogimos la última opción y tuvimos que pagar un peaje de 800 coronas (4 € según nuestro cambio), barato comparado con los peajes catalanes. El túnel sorprende mucho porque parece que vas llegando al fondo del mar y que no acaba nunca, como luego pudimos comprobar en una maqueta en el museo, en el que la mitad del túnel desciende en picado y la otra mitad comienza el ascenso para salir al otro lado del fiordo. Quizás valga la pena hacer el recorrido que bordea el fiordo y que posibilita acercarse a la cascada de Glymur, la más alta de Islandia con 198 m de caída, pero esto no lo sabíamos en ese momento y nos lo perdimos, aunque llegar a ella lleva una caminata de 2 horas.

Llegamos a Akranes cerca de las 9 de la mañana para ver la playa de arena blanca que según la guía de viajes es famosa entre la población, pero parece que ese día todos habían decidido ir a la piscina del pueblo y no había nada más que un frío polar y nosotros dos. Seguimos recorriendo la ciudad hasta encontrar el museo de Gardar que reune varios museos en su interior: folklórico, marítimo, mineral y deportivo.

 No abría hasta las 10 y como quedaba poco tiempo deambulamos por allí viendo el cementerio, la torre que perteneció a la última iglesia de Gardar, un barco velero de 1885 que ya no se puede visitar porque está en mal estado, un secadero de pescado y algunas casas antiguas del pueblo que han sido trasladas al museo. Finalmente pasadas las 10 apareció una chica y nos abrió el museo por el que pagamos 500 kr cada uno. Lo más interesante fue la maqueta del túnel que habíamos acabado de cruzar y el museo folklórico lleno de cachibaches viejos, maquetas de barcos, artes de pesca para la caza de ballenas, unos pantalones de piel de foca, dos coches antiguos y una muestra del dentista, la tienda, la escuela y la barbería del pueblo en tiempos pasados.

Seguimos la carretera bordeando el fiordo Borgarfjördur hasta llegar a Borgarnes, una ciudad sin más interés que el que le confiere su paisaje sobre el fiordo. Paramos a estirar las piernas y continuamos rumbo a la penísula de Snaefellsnes.

Búdir es la primera población importante que se encuentra en la costa sur, mencionada por Julio Verne como punto de partida para iniciar el viaje al centro de la tierra. Visitamos la iglesia en madera negra con su cementerio y caminamos bajo la lluvia por el campo de lava de Budahraun hasta llegar a la playa  que mezcla su arena blanca con la negra lava volcánica.


Unos kilómetros más nos hicieron parar en Raudfeldsgja, una enorme grieta en la montaña por la que se precipita el agua formando un riachuelo y donde los islandeses creen habitan trolls y duendes.


 Nos adentramos entre las piedras hasta que el agua nos lo impidió y volvimos a la carretera hasta llegar a Arnastapi.

Este pequeño pueblo se encuentra a los pies del volcán Snaefellsjökull y es ideal para contratar las excursiones hacia el glaciar. Nuestra idea era dormir allí y al otro día comenzar el ascenso, pero el camping no tenía las condiciones que buscábamos y decidimos visitar los acantilados basálticos que son el hogar de muchas aves y hay formaciones rocosas interesantes.
Caminamos una hora hasta la cueva de Draugalag pero no pudimos acceder a ella, así que volvimos al pueblo donde se encuentra el Bardur Snaefellsás hecho en piedra, un héroe mítico de una de las sagas islandesas.
 Seguimos bordeando la península y párabamos en todos los sitios que tenían la "señal de lugar interesante". Laugarbrekka, fue el primer sitio que encontramos. Justo al lado de la carretera un panel explica la historia del lugar del que no queda más que una estatua de una mujer en barco. Tiempos atrás hubo allí una iglesia donde se dice vivió el Bardur Snaefellsás (el de la estatua de piedra del pueblo anterior) pero lo que realmente es importante del lugar es que allí nació Guðríður Þorbjarnardóttir, la mujer que dió a luz al primer niño blanco de Norteamerica, pues esta señora estuvo viajando de Islandia a Groenlandia, luego a Vinland (actual Canadá) donde nació el primer norteamericano blanco.
La próxima parada fue en Ondverdarnes. Un camino de tierra nos llevó hasta la playa de Skardsvik, pequeñita y con una arena muy blanca, pero no paramos porque en ese momento había mucha gente. Siguiendo el camino se llega a una explanada donde aparcamos para caminar 2 km hasta los cráteres Vantsborg y Vatnsborgarhóll. El camino es un gran campo de lava cubierto de musgo donde pueden encontrarse pequeñas aberturas de antiguas erupciones. Sólo nosotros nos aventuramos a llegar hasta los cráteres. Miguel subió al más grande y yo al pequeño con su agujero lleno de helechos.  A la vuelta paramos en la playa donde en 1962 se encontró una fosa con un esqueleto perfectamente conservado.


Volvemos a la carretera principal con un cielo casi negro, a punto de tormenta. Al lado de la carretera se alza la gran antena de 412 metros de la base norteamericana de Loran en Gufuskalar. Pasamos rápidamente por Hellisandur y Rif, pues los únicos atractivos de estas pequeñas ciudades son sus múseos marítimos que estaban cerrados a estas horas.

Finalmente llegamos a Olafsvik, donde teníamos pensado acampar. El camping estaba situado al borde de una cascada en las afueras del pueblo. Esta vez tampoco encontramos al responsable para pagar. Nos duchamos y cenamos con la compañía de un conejo salvaje que merodeaba por las tiendas. Nos fuimos a dormir en una noche lluviosa.


Comentarios

  1. esto ya lo tengo mu leido, para cuando el siguiente dia???

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